Reportaje Tomado de El País, España
Hace poco, Marcia Santacruz, una colombiana de 32 años y sonrisa expansiva, se encontraba tomando una copa de vino con varias amigas españolas. Todas muy educadas. Gente bien. Desgranaban una conversación interesante sentadas en el sofá, cuando, de pronto, la tertulia dio un giro inesperado. Una de las españolas tomó aire y dijo: "Marcia, es que tú no eres tan negra. Quiero decir, que no eres como los negros de África. Ni siquiera vistes como ellos". Sorpresa. Marcia es del color del chocolate. De piel tersa y refulgente. Negra como su padre y su madre. Negra como sus abuelos. Pero, al parecer, en España, la ropa, los estudios y el dinero determinan el nivel de melanina. Matizan el tono de la piel. Esta afrocolombiana, que llegó a Madrid para estudiar un master en Administración Pública, dice: "En el imaginario de los españoles un negro es sinónimo de trabajo doméstico. De pobreza e ilegalidad. En su inconsciente piensan que no puede existir una negra latina que les hable de Sartre". Aunque exista.
España no es un país abiertamente racista. No tiene un partido xenófobo con representación parlamentaria. Ni expresa un rechazo evidente hacia el negro, salvo por parte de grupos marginales de ultraderecha. Lo nuestro es el rechazo que los sociólogos llaman "sutil". Un racismo torpe y cotidiano. De andar por casa. Instalado en la mirada. El del clásico comentario: "Yo no soy racista, pero...". O el del dependiente que despacha a un negro el primero para que abandone la tienda cuanto antes. Un racismo igualmente dañino, según los expertos. Propio de un país en el que los negros han pasado de ser un elemento singular y exótico a formar parte de un mismo saco que se percibe con cierta inquietud: el inmigrante. Aquí no existe un Barack Obama ni una Oprah Winfrey. No hay demasiados referentes de éxito. Ni hemos transitado el camino de la lucha racial. La presencia negra es reciente. Una explosión de finales de los noventa a esta parte. En España viven unos 683.000 afrodescendientes. Un 1,5% de la población; algo más del 10% de los extranjeros, según el Alto Consejo de las Comunidades Negras. Lo más impactante es su crecimiento exponencial: en 1998, no superaban los 77.000. Y sólo el año pasado nacieron en territorio español cerca de 7.500 descendientes de africanos.
Los cálculos del Alto Consejo de las Comunidades Negras, que aboga por la visibilidad de su comunidad, son aproximados. Por un lado contaron a los extranjeros residentes en España procedentes de países con población negra, y cruzaron el resultado con el porcentaje de afrodescendientes en esos países de origen. Estos números tienen un margen de error. Por suerte, no contamos con un censo étnico; la diferencia racial no aparece en el DNI. Pero la cuantificación de una minoría puede mirarse a través de otro prisma. Sobre todo si la iniciativa parte de la propia minoría. Supone la primera piedra de su visibilidad. Un dato que dice: "Somos una comunidad en crecimiento. Aquí estamos. Tenednos en cuenta".
Porque hubo un tiempo en que los españoles (blancos) se frotaban los ojos al verlos. Y no lo creían. Donato Ndongo-Bidyogo, escritor y ministro del autodenominado Gobierno de Guinea Ecuatorial en el exilio, con sede en Madrid, llegó a España cuando su país era aún colonia española. Una provincia en continente africano. La única ciento por ciento negra. En un texto reciente titulado Una nueva realidad: los afroespañoles, el ecuatoguineano recogió varias anécdotas de sus primeros años en territorio blanco. Por ejemplo: "Las mujerucas que, en las navidades de 1965, corrieron despavoridas y espantadas al verme en un pueblo del interior de la zona levantina, llevándose las manos a la cabeza y gritando '¡un negre, un negre, Deu meu, un negre!' [...] mis compañeros de colegio, que me raspaban la cara y las manos con sus dedos y se extrañaban de que no quedaran tiznados; mis primeros amigos blancos, cuya principal curiosidad era saber si también mi pilila era negra".
A sido muy grato y de agradecer encontrar su "ventana"...un saludo
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