Tegucigalpa, Honduras 29 de junio de 2015.- Sea la de políticos, la de sus activistas, la de los militares o de los curas. Cada quien tiene su propia historia con respecto al Golpe de Estado suscitado en Honduras el 28 de junio de 2009. La mía ya se las he contado. Esta vez, tengo la historia de un hombre que lo vivió desde adentro, o por lo menos muy cerca.
Su nombre no importa. Es un hondureño, como cualquiera de nosotros, que
trabajó como motorista, su labor consistía en entregar las urnas y votos para
la realización de la consulta denominada Cuarta Urna. Recordemos que el
detonante para que hubiera golpe de estado en Honduras, era que el Presidente
Manuel Zelaya Rosales intentaba hacer una consulta popular. Los sectores
fácticos hondureños lo interpretaron como un augurio de continuismo y
resolvieron, ni más ni menos, darle un Golpe de Estado.
Luego después, la historia es conocida, a Zelaya un grupo de militares lo sorprendió
mientras dormía en su casa, hicieron unos disparos a su portón, desarmaron a la
Guardia Presidencial que lo protegía, entraron y lo capturaron. Acto seguido lo
subieron en un avión y lo fueron a bajar en la pista área del aeropuerto Juan Santamaría
de San José, Costa Rica. Antes de llegar a tierras josefinas hubo una escala
técnica en Palmerola, la base militar estadounidense alojada en Comayagua a
unos 90 kilómetros de Tegucigalpa.
Lo que cuenta el amigo
Había llegado a Puerto Lempira, departamento de Gracias a Dios el 27 de
junio. Debía distribuir urnas y votos en La Moskitia y ya en muchos lados lo
había hecho. Junto al equipo de trabajo, encabezada por un director de un ente
centralizado, se hospedó en el Hotel Pinares. Había recorrido todos los municipios,
Juan Francisco Bulnes, Brus, Belen, Ahuas y Wampusirpe de ahí volaron a Puerto
Lempira que era el centro para distribuir a Kaukira y Kruta.
Por cierto en Belén los detuvieron unos Policías, viendo estos unos bultos, preguntaron qué llevan ahí?
Camisas de la cuarta Urna, dijeron, nos pidieron y les dimos. Policías miraban
con simpatía la cuarta urna, eso quedó evidenciado.
Cuenta el motorista que prácticamente ya se sabía que habría golpe, el
mismo día 27 cayó un mensaje al jefe, decía se acabaron las negociaciones,
proceden las armas enviado por una diputada. El jefe llamó a Mel (Presidente Zelaya) y el
mandatario le contestó que se tranquilizara que todo estaba arreglado y que ese
día se reunía con el nuevo general de las Fuerzas Armadas.
El Presidente Zelaya solicitó “convócame a radio Winanka para hacer un
enlace desde Tegucigalpa”. Así fue Mel habló vía teléfono, reproducido por unos
parlantes que se habían puesto en la Plaza de Puerto Lempira.
Al día siguiente a las 3 y 45 les llegó la bulla del golpe de estado, pero
el que andaba de cabeza no creyó. De cualquier manera, no fue sino hasta a las
5 de la mañana cuando una llamada les alertó y conminó a que salieran de
inmediato del hotel porque pronto (los militares) llegarían por ellos. Así fue,
habiendo salido, se encontrarían a unos 50 metros del hotel cuando vieron
entrar a los uniformados. “Si nos encuentran nos hubieran matado”, concluye el
motorista. El delito era traición a la patria, agrega.
Saliendo de ahí, la logística fue impresionante, en pocos minutos ya estaba
lista una lancha para trasladarlos a Puerto Cabezas, Nicaragua, teníamos un
barril de combustible y comida. Lo malo
es que ubicaron a un muchacho que nunca había navegado a mar abierto para que piloteara
y encima no andábamos brújula.
Afortunadamente tuvieron el acierto de dar aventón a un muchacho que
conocía el camino. El piloto a cada rato le preguntaba en miskitu ¿Voy bien? Y el viaje transcurría, además de incomodo, con un fuerte oleaje.
Saliendo de Kaukira dirigiéndonos al Coco Segovia en el canal encontramos
una lancha y los ocupantes pensando que éramos lancha de la naval lanzaron unas
urnas al agua, cuando supieron que éramos nosotros, volvieron a recoger las
urnas y nos dijeron que la gente ya había empezado a votar desde las 5 de la mañana.
Al llegar a Puerto Cabezas a las 5 de la tarde un grupo de soldados nos recibieron apuntándonos
con arma, posiblemente confundiéndonos con criminales. Nos identificamos y nos
recibieron como refugiados. Al hablar más sobre lo que ocurría en Honduras, uno
de los militares expresó, “Si el comandante (Daniel Ortega, presidente de
Nicaragua) nos ordena, vamos y recuperamos
ese país”. Estando ahí en Puerto Cabezas, pudieron ver por televisión las
imágenes repetidas de Roberto Micheleti envestido como el Presidente, se le
imponía la banda, por cierto con el escudo nacional al revés.
En Puerto Cabezas fueron recibidos por organizaciones de derechos humanos.
De ahí volaron a Managua. Al día siguiente, se iba a celebrar una famosa
reunión entre los presidentes del ALBA, es decir las naciones afines a la
Venezuela de Hugo Chávez.
Llegaron Hugo Chávez Frías Presidente de Venezuela; Raúl Castro de Cuba;
Cristina Fernández de Kirchner de Argentina; Lula Da Silva presidente de Brasil;
Evo Morales de Bolivia y, desde luego, Daniel Ortega. También estaba Rafael
Correa presidente de Ecuador y el
presidente derrocado Manuel Zelaya.
En una de esas ardorosas pláticas, sin micrófono y sin prensa el motorista,
nuestro personaje de este artículo estaba unos diez metros y escuchó algunas
perlas sobre todo de la boca de un molesto Hugo Chávez “le enseñamos a mandar a
Zelaya, a como tomar las armas, que decís Raúl?, vos que estas más viejo, pero
podés, Ortega que decís?
Chávez le dijo a Zelaya “Financiaste a los Gorilas para que le dispararán a
tu propio pueblo”. “Zelaya en qué momento dejaste las jaulas abiertas para que se
salieran los gorilas”.
Cristina por su parte seria como es “Yo sólo tengo alguien que me manda,
pero en mi casa y ese es mi marido; fuera de mi casa soy la Presidenta de Argentina
y él es un ciudadano más”. Evo dijo “no se puede regresar a la era medieval”.
Aquella plática transcurrió como encuentro de amigos de solidarios, todos planteando desprecio al golpe de estado,
pero sin llegar a acciones concretas, de
cualquier manera no hubo forma de devolver a Mel Zelaya al poder. Aquella junta
terminó siendo la reunión en que ansiaría cualquier revolucionario participar.
Y de la que fue testigo un motorista, que por lo que el mismo dijo, jamás pensó
que estaría en algo tan fuerte como aquello.