De los trances más difíciles en la vida es cuando perdemos a un familiar. Nuestra familia ha perdido dos en las últimas tres semanas. Es difícil explicar el dolor de la muerte, pero sentimos que han desgarrado algo de nuestro cuerpo, como que nos han arrancado un pedazo de carne. Hoy no hay motivos para reír, más que para la reflexionar y, aunque sabemos que somos hijos de la muerte, nuevamente, ésta nos sorprende con su nefasta presencia.
Primero fue Elton Quioto, fallecido el 22 de febrero, un joven que la primera vez que tuvo la oportunidad, tomó sus cosas y salió de casa en busca de mejores oportunidades. Al momento de su muerte Elton apenas tenía 32 años, recordamos de él su sonrisa, amaba la música como muy pocos, todos lo recuerdan golpeando siempre al tambor para darle alegría a la gente. Podríamos decir que consagró su vida para que los otros la pasaran muy bien.
Cuando todavía no habíamos terminado de preguntarnos por que? ahora es Wil Meléndez que se va, él toma el camino sin retorno y se nos adelanta en el viaje, después de una enfermedad, que lo tumbó en una cama de hospital apenas 3 semanas. Quienes lo vieron pocas horas antes de su muerte, cuentan que se mostraba bromista, hasta logró tomar unas fotografías con su celular y comió perfectamente.
Al igual que Elton, Wil también era un hombre de mundo, temprano logró grandes metas y ya era un ejemplo para nosotros. Nuestra familia está muy triste. La vela de ambos estuvo concurrida de gente que no paraba de recordar. Los que no los conocieron se perdieron de un gran ser humano.
Curiosamente los dos fallecidos son los dos hijos de nuestra tía–abuela-Elsa y Pancha, ellas dos han respondido con fuerza, con una actitud admirable. Tienen el bálsamo de la resignación y han aceptado porque Dios, nuestro Señor, hizo el llamado y ante eso no se puede hacer nada.
A ambos, Elton y Wil, a quien cariñosamente le llamábamos Gordo, damos gracias por todas la alegrías que nos dieron, por la emoción que nos causaron cada vez que venía excelente noticias, por su época de niñez cuando pudimos disfrutar con ellos y por todo el amor que nos dispensaron como familiares.
Es triste ver como se apaga una vida y solo imaginarse los sonidos de aquellas voces que escuchamos durante años. Damos gracias a Dios por sus vidas de Elton y Gordo. Gracias, también porque nos los dio como familiares. Gracias a todos nuestros amigos que se solidarizaron con nosotros, a los que nos acompañaron en este difícil momento. Todavía no se inventa la palabra, para expresar la magnitud de nuestro agradecimiento.