viernes, 11 de enero de 2013

Honduras: Montaña de la Flor, tan cerca y tan lejos de la capital


Una madre tolupan, su hijo y dos hijas
La Montaña de la Flor, un rinconcito escondido en las cordilleras de Honduras, es el hogar de los tolupanes uno de los 9 pueblos indígenas y afrohondureños. Muchos tolupanes conservan su cultura y eso convierte el viaje en una linda aventura. Tan solo queda a 3 horas y media de la capital Tegucigalpa, una distancia cerca; pero en desarrollo humano están tan lejos que lo hace a uno sentirse miserable.

Uno aquí se hace miles de preguntas. Voltea a todos lados. Por qué tan cerca de la capital y tan olvidados? parece intencional.

Para llegar ahí hay que partir por la carretera que, de la capital conduce a Olancho, después de Talanga hay una vía con rumbo a la montaña, la carretera es de tierra y es buena hasta Orica, un  municipio del departamento de Francisco Morazán, de ahí en adelante, hacia los tolupanes, la carretera da ganas de llorar. Un carro sencillo no entra, por lo menos debe ser un  pick up fuerte; lo mejor es un todoterreno portentoso, con tracción en las cuatro ruedas.

Impresiona meterse a los ríos y sentir la fuerza del agua cuando golpea sobre el vehículo. Por ratos se asoman unos abismos que producen terror desde la ventana del carro. Al llegar a San Juan, una de las tribus, es como que el tiempo se detuvo. No hay desarrollo, gente viviendo en la miseria. Rostros llenos de tristeza. Caras de miseria, cero esperanzas, esos ojos que parecen dibujados transmiten decaimiento, agotamiento, desaliento, cansancio. Unos labios que no conocen la sonrisa.

Aquí es donde cualquiera puede ser un gran benefactor. Aparecen humildes mujeres con sus hijos amarrados en la zona media de su cuerpo, con unas telas que hace mucho perdieron su color. Largas cabelleras que no saben de corte. Vestidos ralos, gente que están muy abajo en la economía.

Mientras platico con mi compañera de misión, Johana Ordoñez y Carlos Palacios, aparecen dos mujeres vendiendo collares, cuestan 40 lempiras, “cómprenme uno por favor”.  Le compro uno, luego vienen otras vendedoras “Cómpreme a mí”,  después unas niñas con canastitas que dan a diez lempiras. Para traerme dos canastas debo pedirle prestado 20 lempiras a Palacios.

Hacemos un espacio para conocer a Cipriano Martínez, el cacique. Tiene 113 años. Dice estar enfermo y enmedio de la plática moderada por Palacios, emite una gran frase "Cuando uno está enfermo, ni gente es".
Soy yo, Kenny Castillo luciendo el collar comprado. Posando en las pared exterior de la casa de Cipriano, el cacique

Luego al bajar por un cerrito. Me acerco a la que me vendió el collar, para romper el hielo: ¿cómo les va?

Bien, me dice con una risa pequeña y escondida… baja el rostro con pena por reírse. Luego ella me pregunta por mi nombre: Kenny, le digo

¿Kenny?...

Si le digo, Kenny y echa a reír.

Siendo mi primera vez en la Montaña de la Flor me sentí magnifico.  Con un poco de remordimientos por no llevar donativos, pero contento. Identifico que en mi pueblo es similar, sobre todo porque combinan dos lenguas, ellos el tol y español. Y nosotros los garífunas; garífuna y español. 

Le expresé esta similitud a mi interlocutora y al escuchar la palabra garífuna, le llama la atención y vuelve a reírse.

El tol suena muy bien, me parece más agradable que el ruso o mandarín. El tol tiene un sonido formidable, agradable para mi oído.

Los tolupanes luchan por ese gran tesoro que es la cultura, un sacrificio que debería de contar con muchas manos más, con auténticos planes de desarrollo sin botar la identidad. Me parece que ellos tienen todas las condiciones. Gente hospitalaria, que abre sus corazones. 

Ningún tolupan me tiró. Mientras caminaba, escuché que alguien  me tiró, “Negro”, pero no era tolupan, de eso estoy seguro,  era de nuestros hermanos ladinos, me hice el que no escuché y continué mi camino, como si nada.

Nuestra presencia se debía a que había un operativo para inscribir a algunos tolupanes que no tuvieran en las listas del Registro Nacional de Personas (RNP). Increíblemente son centenares de personas que no están registrados, hay casos en donde ni los padres están registrados. Gente que no recuerda su fecha de nacimiento, ni sabe qué edad tiene.

Son muchas las personas que no existen oficialmente en el país. Que no tienen identidad. Entre los que se inscriben llegó un  mudo y no había quien le tradujera.

Vuelvo y repito, es increíble que tan cerca de la capital se esté tan lejos en condiciones de vida.

Lo más triste es que viven en medio de un rico bosque, en medio de millones de árboles maderables. Pero lo que hacen los dueños del país es matarlos y explotar el bosque. Sacan sus maderas, contaminan sus ríos. No arreglan sus carreteras, sus centros de salud vacíos, sus escuelas en las mismas condiciones. Los tolupanes viven un drama.

Y, mientras esos seres humanos sufren, aquí en el centro del país, está la gente que dirige la sociedad discutiendo boberías. Estos sí, que no son humanos.