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Si bien todas la declaraciones del gobierno de facto apunta a que no invadirán la Embajada de Brasil para capturar al Presidente Manuel Zelaya, el alto mando de las Fuerzas Armadas de Honduras utiliza todas las estrategias posibles para lograr su desesperación y, en consecuencia, que el Mandatario salga a la calle y echarle mano.
El Ejército tiene sitiada la zona de la representación diplomática sudamericana y para llegar ahí, es preciso pasar por una serie de retenes con militares armados como si fueran a enfrentar una guerra. Sus rostros no resultan nada simpáticos y se nota a lo lejos que están dispuestos a todo. Tras las primeras horas del martes cuando los simpatizantes de Zelaya fueron desalojados y no dejaban pasar absolutamente a nadie, ahora, organizaciones filantrópicas como la Cruz Roja, la Verde o lo Bomberos gozan de acceso, aunque con autorización del alto mando.
El martes por la mañana atacaron la Embajada con una lluvia de bombas lacrimógenas e inicialmente fueron cortados los suministros de agua potable y la luz eléctrica. Pero el arma más potente del Ejército es un aparato colocado frente a donde se resguarda Zelaya que emite ondas de sonido de alta frecuencia, es una tortura física y sicológica que está retirada, inclusive, como arma de guerra.
No obstante lo que más desestabiliza emocionalmente a Zelaya es escucha las posiciones de los golpistas y cuando el resto de su equipo le informa sobre las represiones callejeras de las que son objeto sus simpatizantes, cuando eso sucede, luce su voz más enérgica para pedir auxilio a las naciones.
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